Un buen día Ataúlfo se despertó y algo extraño notó, durante la noche una transformación espectacular había tenido lugar y con forma de rana se descubrió desde la punta de la nariz hasta las ancas desgarbadas. Lo primero que pensó Ataúlfo fue que era una auténtica lástima haberse perdido tamaña hazaña de la naturaleza, lo segundo no te sé decir porque con tanto croar parece ser que se le reliaron un poco las ideas.
Dando brincos llegó a la cocina, con su calma habitual desayunó un café bien cargado y unas cuantas moscas que revoloteaban en torno al frutero. Al salir a trabajar a su hora de siempre un vecino muy preocupado se le acercó presuroso.
- Ataúlfo, ¿has visto a mi mujer? Fue esta mañana temprano a tu casa y no la he visto regresar.
Se encogió de hombros y a la oficina puso rumbo pensando en cómo rellenaría sus informes con aquellas verdes extremidades nuevas con las que se había despertado.
Qué curioso, reflexionó relamiéndose con su larga lengua, las moscas dejaban un regustillo a pollo en el paladar, quién lo diría.
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